La primera tarea es la preparación del bastidor. En el bordado de tul se usan rectángulares de gran tamaño par el perfilado y circulares pequeños para el relleno.
En los bastidores rectángulares se fija y tensa el tul mediante cosido de sus orillas a la propienda y el atado de las otras dos a los travesaños.
En sus comienzos, las calles del Albaycín que es su barrio, estaban repletas de mujeres que bordaban en las puertas de sus domicilios y en los patios vecinales y las niñas comenzaban el aprendizaje de esta labor a temprana edad.
Asi fue como inició un oficio tradicional, que ha se ha ido perdiendo con el paso de los años y que ella ha mantenido con su trabajo diario y con su labor formativa para jóvenes a tarvés de cursos impartidos y promovidos por el Ayuntamiento de Granada y la Junta de Andalucía; con objeto de promocionar el bordado de la mantilla española.
Pertenece a la Asociación de Artesanos del Albaycín desde sus orígenes, ejerciendo el cargo de relaciones públicas desde 1985 hasta la actualidad.
La evolución de esta prenda estuvo marcada por factores sociales, religiosos e incluso climáticos. Estos últimos eran visibles, en el tipo de tejido utilizado para su confección. En la zona norte se utilizaban tejidos tupidos con una finalidad clara: servir de abrigo. En la zona sur, se utilizaban tejidos con fines meramente ornamentales, como la seda. En ambos casos, podían ir finamente ornamentadas, las de “fiesta” que se lucían en ocasiones señaladas, o sencillamente adornadas, las de “diario”.
Los primeros usos de la mantilla, se dieron entre el pueblo. No eran utilizadas por las altas clases sociales o aristocracia. Eran utilizadas, más a modo de manto de abrigo que como prenda ornamental, sin hacer uso de la peineta.
A principios del siglo XVII, comienza una evolución de la mantilla dejando paso a una pieza más ornamental en el vestuario femenino, al sustituir, poco a poco, el paño por los encajes. Poco a poco, empieza a extenderse el uso de esta prenda como ornamento, aunque habría que esperar hasta bien entrado el siglo XVIII para que la mantilla empiece a ser utilizadas por las clases más altas.
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En los bastidores redondos se coloca sobre aro móvil, ajustándolos para que el tejido que bien tensado.
De una u otra forma , el modelo dibujado en papel se ubica ahora bajo el tejido, sujetándolo a este con alfileres. Cristina siempre toma la precaución de situar las cabezas de los alfileres por el reverso del tul, para evitar que el hilo se enganche en ellas en el momento de bordar. Así dispuesto, va perfilando con hilo el contorno de los distintos motivos para que le sirvan de guía.
Terminado el proceso, retira el papel y comienza a bordar.
El bordado lo va avanzando desde las orillas del motivo hacia el centro; introduce la aguja en el vano y, dejando libre el contiguo, lo saca por el siguiente, para después volver desde el centro a las orillas pasando el hilo por los vanos exentos. La aguja se mete en el tejido por la punta y la saca por el ojal, manteniendo siempre una mano sobre el bastidor y la otra bajo él.De esta forma va rellenando el interior de los distintos motivos que componen el diseño, llevando distintas direcciones y nutriendo mas unos que otros con idea de conseguir distintos matices de color.
Jugando con los bordados pueden disponerse detalles calados, ojetes o cordoncillos.
Concluida la obra, se procede a ribetear todo el contorno con un festón, a fin de reforzar la orilla.
Cristina Gutiérrez es hoy de las pocas artesanas capaz de acometer la técnica para restaurar tules deteriorados por el tiempo, técnica que aprendió desde niña de forma que consiste en reponer la trama dañada si es muy grande o deshacer la labor estropeada y rehacerla nuevamente.
Cristina Gutiérrez atiende así a todos los encargos que le demandan, tanto de nueva creación como de piezas a restaurar. Su especialidad indiscutible son las mantillas y velos, pero confecciona mantos, sayas, tocas y otras prendas para las imágenes religiosas de iglesias y hermandades, tanto de la misma Granada, como de toda Andalucía.